jueves, 11 de octubre de 2012
Generalidades del Cuento
Una rosa para Emily es una narración escrita por William Faulkner y publicada por primera vez el 30 de abril de 1930. La obra está compuesta de cinco capítulos y se utiliza en ella la técnica del folletín.
En los capítulos se presentan dos hechos importantes. Uno al principio y otro al final del capítulo. El objetivo de terminar con un hecho nuclear es dejar en el lector cierta curiosidad o expectativa que lo lleve a leer el siguiente capítulo. El cuento está narrado en primera persona del plural y representa la voz del pueblo que da su opinión; es un narrado infrasciente. Existen muy pocos diálogos, solamente tres. El tema principal es el ocultamiento del crimen que hace el personaje por falta de salud mental. El tema principal es el tiempo.
ARGUMENTO
"Una rosa para Emily" es una historia de cinco partes cortas narradas por los vecinos de Jefferson, Missisipi, en la perspectiva de primera personaplural ("nosotros").
La primera sección se abre con una descripción de la casa de Jefferson Grierson. El narrador menciona que a lo largo de los años, la casa de la señorita Emily Grierson ha caído en desuso y se convierte en "una monstruosidad entre monstruosidades". La primera frase de la historia marca la pauta de cómo los ciudadanos de Jefferson se sentían por Emily: "Cuando murió miss Emily Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez. " Anteriormente el ingeniero, Homer Barron, se ve en Jefferson, con un grupo de hombres encargados de construir aceras. Un poco después a Emily y Homer se los ve varias veces conduciendo juntos un coche por la ciudad. Un tiempo después de esto Emily visita un a un farmacéutico, allí, ella pide comprar arsénico. El farmacéutico le pregunta para qué es el arsénico, ya que se la ley exigía que le preguntara. Emily no responde y le queda mirando con frialdad a los ojos hasta que el desvía la mirada y sale de esa habitación a buscar el arsénico, el negro de los mandados es quien vuelve y le entrega el arsénico a Emily. Cuando Emily abre el paquete, debajo de la señal de peligro (simbolizada por una calavera) estaba escrito: "Para las ratas". Los ciudadanos de Jefferson creen que la señorita Emily se va a suicidar ya que Homero no le ha propuesto matrimonio, aún en el comienzo del capitulo cuatro, se hace mención de que a Homer le gustan los hombres y que no era un hombre de casarse.
La esposa del pastor les envía una carta a sus primas para que vinieran. Poco después de la llegada de las primas, Homer sale de la ciudad y regresa después que las primas se habían ido de Jefferson. A su regreso, Homer es visto por última vez entrar a la casa de Emily por la puerta de la cocina y después nunca se lo volvió a ver. Después de la desaparición de Homero, Emily comienza a envejecer y aumentar de peso, y rara vez se ve fuera de su casa. Finalmente, la señorita Emily muere. La quinta y última sección se inicia con las mujeres al entrar en la casa de Jefferson Grierson. Después de su llegada, el criado negro de Emily sale por la puerta de atrás sin decir una palabra. Tras el funeral de Emily, la gente del pueblo acude inmediatamente a su casa. Van a una habitación en el segundo piso que nadie había visto en 40 años, y rompen la puerta. Descubren una habitación polvorienta extrañamente decorada como una habitación nupcial. La sala contiene una corbata, traje y zapatos, y un juego de tocador de plata que Miss Emily había comprado para Homero antes de su desaparición. Los restos de Homero descansan en la cama, vestido con un camisón. Junto a él una impresión de una cabeza sobre una almohada en que la gente del pueblo encuentra un "largo pelo gris." Por lo tanto, implicaba que Emily había matado a Homero y se había acostado en la cama con su cadáver hasta su propia la muerte.
"Una rosa para Emily"
Cuando murió la señorita Emilia Grierson, casi toda la ciudad asistió a su funeral; los hombres, con esa especie de respetuosa devoción ante un monumento que desaparece; las mujeres, en su mayoría, animadas de un sentimiento de curiosidad por ver por dentro la casa en la que nadie había entrado en los últimos diez años, salvo un viejo sirviente, que hacía de cocinero y jardinero a la vez.
La casa era una construcción cuadrada, pesada, que había sido blanca en otro tiempo, decorada con cúpulas, volutas, espirales y balcones en el pesado estilo del siglo XVII; asentada en la calle principal de la ciudad en los tiempos en que se construyó, se había visto invadida más tarde por garajes y fábricas de algodón, que habían llegado incluso a borrar el recuerdo de los ilustres nombres del vecindario. Tan sólo había quedado la casa de la señorita Emilia, levantando su permanente y coqueta decadencia sobre los vagones de algodón y bombas de gasolina, ofendiendo la vista, entre las demás cosas que también la ofendían. Y ahora la señorita Emilia había ido a reunirse con los representantes de aquellos ilustres hombres que descansaban en el sombreado cementerio, entre las alineadas y anónimas tumbas de los soldados de la Unión, que habían caído en la batalla de Jefferson.
Mientras vivía, la señorita Emilia había sido para la ciudad una tradición, un deber y un cuidado, una especie de heredada tradición, que databa del día en que el coronel Sartoris el Mayor -autor del edicto que ordenaba que ninguna mujer negra podría salir a la calle sin delantal-, la eximió de sus impuestos, dispensa que había comenzado cuando murió su padre y que más tarde fue otorgada a perpetuidad. Y no es que la señorita Emilia fuera capaz de aceptar una caridad. Pero el coronel Sartoris inventó un cuento, diciendo que el padre de la señorita Emilia había hecho un préstamo a la ciudad, y que la ciudad se valía de este medio para pagar la deuda contraída. Sólo un hombre de la generación y del modo de ser del coronel Sartoris hubiera sido capaz de inventar una excusa semejante, y sólo una mujer como la señorita Emilia podría haber dado por buena esta historia.
Cuando la siguiente generación, con ideas más modernas, maduró y llegó a ser directora de la ciudad, aquel arreglo tropezó con algunas dificultades. Al comenzar el año enviaron a la señorita Emilia por correo el recibo de la contribución, pero no obtuvieron respuesta. Entonces le escribieron, citándola en el despacho del alguacil para un asunto que le interesaba. Una semana más tarde el alcalde volvió a escribirle ofreciéndole ir a visitarla, o enviarle su coche para que acudiera a la oficina con comodidad, y recibió en respuesta una nota en papel de corte pasado de moda, y tinta empalidecida, escrita con una floreada caligrafía, comunicándole que no salía jamás de su casa. Así pues, la nota de la contribución fue archivada sin más comentarios.
Convocaron, entonces, una junta de regidores, y fue designada una delegación para que fuera a visitarla.
Allá fueron, en efecto, y llamaron a la puerta, cuyo umbral nadie había traspasado desde que aquélla había dejado de dar lecciones de pintura china, unos ocho o diez años antes. Fueron recibidos por el viejo negro en un oscuro vestíbulo, del cual arrancaba una escalera que subía en dirección a unas sombras aún más densas. Olía allí a polvo y a cerrado, un olor pesado y húmedo. El vestíbulo estaba tapizado en cuero. Cuando el negro descorrió las cortinas de una ventana, vieron que el cuero estaba agrietado y cuando se sentaron, se levantó una nubecilla de polvo en torno a sus muslos, que flotaba en ligeras motas, perceptibles en un rayo de sol que entraba por la ventana. Sobre la chimenea había un retrato a lápiz, del padre de la señorita Emilia, con un deslucido marco dorado.
Todos se pusieron en pie cuando la señorita Emilia entró -una mujer pequeña, gruesa, vestida de negro, con una pesada cadena en torno al cuello que le descendía hasta la cintura y que se perdía en el cinturón-; debía de ser de pequeña estatura; quizá por eso, lo que en otra mujer pudiera haber sido tan sólo gordura, en ella era obesidad. Parecía abotagada, como un cuerpo que hubiera estado sumergido largo tiempo en agua estancada. Sus ojos, perdidos en las abultadas arrugas de su faz, parecían dos pequeñas piezas de carbón, prensadas entre masas de terrones, cuando pasaban sus miradas de uno a otro de los visitantes, que le explicaban el motivo de su visita.
No los hizo sentar; se detuvo en la puerta y escuchó tranquilamente, hasta que el que hablaba terminó su exposición. Pudieron oír entonces el tictac del reloj que pendía de su cadena, oculto en el cinturón.
Su voz fue seca y fría.
-Yo no pago contribuciones en Jefferson. El coronel Sartoris me eximió. Pueden ustedes dirigirse al Ayuntamiento y allí les informarán a su satisfacción.
-De allí venimos; somos autoridades del Ayuntamiento, ¿no ha recibido usted un comunicado del alguacil, firmado por él?
-Sí, recibí un papel -contestó la señorita Emilia-. Quizá él se considera alguacil. Yo no pago contribuciones en Jefferson.
-Pero en los libros no aparecen datos que indiquen una cosa semejante. Nosotros debemos...
-Vea al coronel Sartoris. Yo no pago contribuciones en Jefferson.
-Pero, señorita Emilia...
-Vea al coronel Sartoris (el coronel Sartoris había muerto hacía ya casi diez años.) Yo no pago contribuciones en Jefferson. ¡Tobe! -exclamó llamando al negro-. Muestra la salida a estos señores.
II
Así pues, la señorita Emilia venció a los regidores que fueron a visitarla del mismo modo que treinta años antes había vencido a los padres de los mismos regidores, en aquel asunto del olor. Esto ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido -todos creímos que iba a casarse con ella- la hubiera abandonado. Cuando murió su padre apenas si volvió a salir a la calle; después que su prometido desapareció, casi dejó de vérsele en absoluto. Algunas señoras que tuvieron el valor de ir a visitarla, no fueron recibidas; y la única muestra de vida en aquella casa era el criado negro -un hombre joven a la sazón-, que entraba y salía con la cesta del mercado al brazo.
“Como si un hombre -cualquier hombre- fuera capaz de tener la cocina limpia”, comentaban las señoras, así que no les extrañó cuando empezó a sentirse aquel olor; y esto constituyó otro motivo de relación entre el bajo y prolífico pueblo y aquel otro mundo alto y poderoso de los Grierson.
Una vecina de la señorita Emilia acudió a dar una queja ante el alcalde y juez Stevens, anciano de ochenta años.
-¿Y qué quiere usted que yo haga? -dijo el alcalde.
-¿Qué quiero que haga? Pues que le envíe una orden para que lo remedie. ¿Es que no hay una ley?
-No creo que sea necesario -afirmó el juez Stevens-. Será que el negro ha matado alguna culebra o alguna rata en el jardín. Ya le hablaré acerca de ello.
Al día siguiente, recibió dos quejas más, una de ellas partió de un hombre que le rogó cortésmente:
-Tenemos que hacer algo, señor juez; por nada del mundo querría yo molestar a la señorita Emilia; pero hay que hacer algo.
Por la noche, el tribunal de los regidores -tres hombres que peinaban canas, y otro algo más joven- se encontró con un hombre de la joven generación, al que hablaron del asunto.
-Es muy sencillo -afirmó éste-. Ordenen a la señorita Emilia que limpie el jardín, denle algunos días para que lo lleve a cabo y si no lo hace...
-Por favor, señor -exclamó el juez Stevens-. ¿Va usted a acusar a la señorita Emilia de que huele mal?
Al día siguiente por la noche, después de las doce, cuatro hombres cruzaron el césped de la finca de la señorita Emilia y se deslizaron alrededor de la casa, como ladrones nocturnos, husmeando los fundamentos del edificio, construidos con ladrillo, y las ventanas que daban al sótano, mientras uno de ellos hacía un acompasado movimiento, como si estuviera sembrando, metiendo y sacando la mano de un saco que pendía de su hombro. Abrieron la puerta de la bodega, y allí esparcieron cal, y también en las construcciones anejas a la casa. Cuando hubieron terminado y emprendían el regreso, detrás de una iluminada ventana que al llegar ellos estaba oscura, vieron sentada a la señorita Emilia, rígida e inmóvil como un ídolo. Cruzaron lentamente el prado y llegaron a los algarrobos que se alineaban a lo largo de la calle. Una semana o dos más tarde, aquel olor había desaparecido.
Así fue cómo el pueblo empezó a sentir verdadera compasión por ella. Todos en la ciudad recordaban que su anciana tía, lady Wyatt, había acabado completamente loca, y creían que los Grierson se tenían en más de lo que realmente eran. Ninguno de nuestros jóvenes casaderos era bastante bueno para la señorita Emilia. Nos habíamos acostumbrado a representarnos a ella y a su padre como un cuadro. Al fondo, la esbelta figura de la señorita Emilia, vestida de blanco; en primer término, su padre, dándole la espalda, con un látigo en la mano, y los dos, enmarcados por la puerta de entrada a su mansión. Y así, cuando ella llegó a sus 30 años en estado de soltería, no sólo nos sentíamos contentos por ello, sino que hasta experimentamos como un sentimiento de venganza. A pesar de la tara de la locura en su familia, no hubieran faltado a la señorita Emilia ocasiones de matrimonio, si hubiera querido aprovecharlas..
Cuando murió su padre, se supo que a su hija sólo le quedaba en propiedad la casa, y en cierto modo esto alegró a la gente; al fin podían compadecer a la señorita Emilia. Ahora que se había quedado sola y empobrecida, sin duda se humanizaría; ahora aprendería a conocer los temblores y la desesperación de tener un céntimo de más o de menos.
Al día siguiente de la muerte de su padre, las señoras fueron a la casa a visitar a la señorita Emilia y darle el pésame, como es costumbre. Ella, vestida como siempre, y sin muestra ninguna de pena en el rostro, las puso en la puerta, diciéndoles que su padre no estaba muerto. En esta actitud se mantuvo tres días, visitándola los ministros de la Iglesia y tratando los doctores de persuadirla de que los dejara entrar para disponer del cuerpo del difunto. Cuando ya estaban dispuestos a valerse de la fuerza y de la ley, la señorita Emilia rompió en sollozos y entonces se apresuraron a enterrar al padre.
No decimos que entonces estuviera loca. Creímos que no tuvo más remedio que hacer esto. Recordando a todos los jóvenes que su padre había desechado, y sabiendo que no le había quedado ninguna fortuna, la gente pensaba que ahora no tendría más remedio que agarrarse a los mismos que en otro tiempo había despreciado.
III
La señorita Emilia estuvo enferma mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, llevaba el cabello corto, lo que la hacía aparecer más joven que una muchacha, con una vaga semejanza con esos ángeles que figuran en los vidrios de colores de las iglesias, de expresión a la vez trágica y serena...
Por entonces justamente la ciudad acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre empezaron los trabajos. La compañía constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo ello, un capataz, Homer Barron, un yanqui blanco de piel oscura, grueso, activo, con gruesa voz y ojos más claros que su rostro. Los muchachillos de la ciudad solían seguirlo en grupos, por el gusto de verlo renegar de los negros, y oír a éstos cantar, mientras alzaban y dejaban caer el pico. Homer Barren conoció en seguida a todos los vecinos de la ciudad. Dondequiera que, en un grupo de gente, se oyera reír a carcajadas se podría asegurar, sin temor a equivocarse, que Homer Barron estaba en el centro de la reunión. Al poco tiempo empezamos a verlo acompañando a la señorita Emilia en las tardes del domingo, paseando en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos bayos de alquiler...
Al principio todos nos sentimos alegres de que la señorita Emilia tuviera un interés en la vida, aunque todas las señoras decían: “Una Grierson no podía pensar seriamente en unirse a un hombre del Norte, y capataz por añadidura.” Había otros, y éstos eran los más viejos, que afirmaban que ninguna pena, por grande que fuera, podría hacer olvidar a una verdadera señora aquello de noblesse oblige -claro que sin decir noblesse oblige- y exclamaban:
“¡Pobre Emilia! ¡Ya podían venir sus parientes a acompañarla!”, pues la señorita Emilia tenía familiares en Alabama, aunque ya hacía muchos años que su padre se había enemistado con ellos, a causa de la vieja lady Wyatt, aquella que se volvió loca, y desde entonces se había roto toda relación entre ellos, de tal modo que ni siquiera habían venido al funeral.
Pero lo mismo que la gente empezó a exclamar: “¡Pobre Emilia!”, ahora empezó a cuchichear: “Pero ¿tú crees que se trata de...?” “¡Pues claro que sí! ¿Qué va a ser, si no?”, y para hablar de ello, ponían sus manos cerca de la boca. Y cuando los domingos por la tarde, desde detrás de las ventanas entornadas para evitar la entrada excesiva del sol, oían el vivo y ligero clop, clop, clop, de los bayos en que la pareja iba de paseo, podía oírse a las señoras exclamar una vez más, entre un rumor de sedas y satenes: “¡Pobre Emilia!”
Por lo demás, la señorita Emilia seguía llevando la cabeza alta, aunque todos creíamos que había motivos para que la llevara humillada. Parecía como si, más que nunca, reclamara el reconocimiento de su dignidad como última representante de los Grierson; como si tuviera necesidad de este contacto con lo terreno para reafirmarse a sí misma en su impenetrabilidad. Del mismo modo se comportó cuando adquirió el arsénico, el veneno para las ratas; esto ocurrió un año más tarde de cuando se empezó a decir: “¡Pobre Emilia!”, y mientras sus dos primas vinieron a visitarla.
-Necesito un veneno -dijo al droguero. Tenía entonces algo más de los 30 años y era aún una mujer esbelta, aunque algo más delgada de lo usual, con ojos fríos y altaneros brillando en un rostro del cual la carne parecía haber sido estirada en las sienes y en las cuencas de los ojos; como debe parecer el rostro del que se halla al pie de una farola.
-Necesito un veneno -dijo.
-¿Cuál quiere, señorita Emilia? ¿Es para las ratas? Yo le recom...
-Quiero el más fuerte que tenga -interrumpió-. No importa la clase.
El droguero le enumeró varios.
-Pueden matar hasta un elefante. Pero ¿qué es lo que usted desea. . .?
-Quiero arsénico. ¿Es bueno?
-¿Que si es bueno el arsénico? Sí, señora. Pero ¿qué es lo que desea...?
-Quiero arsénico.
El droguero la miró de abajo arriba. Ella le sostuvo la mirada de arriba abajo, rígida, con la faz tensa.
-¡Sí, claro -respondió el hombre-; si así lo desea! Pero la ley ordena que hay que decir para qué se va a emplear.
La señorita Emilia continuaba mirándolo, ahora con la cabeza levantada, fijando sus ojos en los ojos del droguero, hasta que éste desvió su mirada, fue a buscar el arsénico y se lo empaquetó. El muchacho negro se hizo cargo del paquete. E1 droguero se metió en la trastienda y no volvió a salir. Cuando la señorita Emilia abrió el paquete en su casa, vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para las ratas”.
IV
Al día siguiente, todos nos preguntábamos: “¿Se irá a suicidar?” y pensábamos que era lo mejor que podía hacer. Cuando empezamos a verla con Homer Barron, pensamos: “Se casará con él”. Más tarde dijimos: “Quizás ella le convenga aún”, pues Homer, que frecuentaba el trato de los hombres y se sabía que bebía bastante, había dicho en el Club Elks que él no era un hombre de los que se casan. Y repetimos una vez más: “¡Pobre Emilia!” desde atrás de las vidrieras, cuando aquella tarde de domingo los vimos pasar en la calesa, la señorita Emilia con la cabeza erguida y Homer Barron con su sombrero de copa, un cigarro entre los dientes y las riendas y el látigo en las manos cubiertas con guantes amarillos....
Fue entonces cuando las señoras empezaron a decir que aquello constituía una desgracia para la ciudad y un mal ejemplo para la juventud. Los hombres no quisieron tomar parte en aquel asunto, pero al fin las damas convencieron al ministro de los bautistas -la señorita Emilia pertenecía a la Iglesia Episcopal- de que fuera a visitarla. Nunca se supo lo que ocurrió en aquella entrevista; pero en adelante el clérigo no quiso volver a oír nada acerca de una nueva visita. El domingo que siguió a la visita del ministro, la pareja cabalgó de nuevo por las calles, y al día siguiente la esposa del ministro escribió a los parientes que la señorita Emilia tenía en Alabama....
De este modo, tuvo a sus parientes bajo su techo y todos nos pusimos a observar lo que pudiera ocurrir. Al principio no ocurrió nada, y empezamos a creer que al fin iban a casarse. Supimos que la señorita Emilia había estado en casa del joyero y había encargado un juego de tocador para hombre, en plata, con las iniciales H.B. Dos días más tarde nos enteramos de que había encargado un equipo completo de trajes de hombre, incluyendo la camisa de noche, y nos dijimos: “Van a casarse” y nos sentíamos realmente contentos. Y nos alegrábamos más aún, porque las dos parientas que la señorita Emilia tenía en casa eran todavía más Grierson de lo que la señorita Emilia había sido....
Así pues, no nos sorprendimos mucho cuando Homer Barron se fue, pues la pavimentación de las calles ya se había terminado hacía tiempo. Nos sentimos, en verdad, algo desilusionados de que no hubiera habido una notificación pública; pero creímos que iba a arreglar sus asuntos, o que quizá trataba de facilitarle a ella el que pudiera verse libre de sus primas. (Por este tiempo, hubo una verdadera intriga y todos fuimos aliados de la señorita Emilia para ayudarla a desembarazarse de sus primas). En efecto, pasada una semana, se fueron y, como esperábamos, tres días después volvió Homer Barron. Un vecino vio al negro abrirle la puerta de la cocina, en un oscuro atardecer....
Y ésta fue la última vez que vimos a Homer Barron. También dejamos de ver a la señorita Emilia por algún tiempo. El negro salía y entraba con la cesta de ir al mercado; pero la puerta de la entrada principal permanecía cerrada. De vez en cuando podíamos verla en la ventana, como aquella noche en que algunos hombres esparcieron la cal; pero casi por espacio de seis meses no fue vista por las calles. Todos comprendimos entonces que esto era de esperar, como si aquella condición de su padre, que había arruinado la vida de su mujer durante tanto tiempo, hubiera sido demasiado virulenta y furiosa para morir con él....
Cuando vimos de nuevo a la señorita Emilia había engordado y su cabello empezaba a ponerse gris. En pocos años este gris se fue acentuando, hasta adquirir el matiz del plomo. Cuando murió, a los 74 años, tenía aún el cabello de un intenso gris plomizo, y tan vigoroso como el de un hombre joven....
Todos estos años la puerta principal permaneció cerrada, excepto por espacio de unos seis o siete, cuando ella andaba por los 40, en los cuales dio lecciones de pintura china. Había dispuesto un estudio en una de las habitaciones del piso bajo, al cual iban las hijas y nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y aproximadamente con el mismo espíritu con que iban a la iglesia los domingos, con una pieza de ciento veinticinco para la colecta.
Entretanto, se le había dispensado de pagar las contribuciones.
Cuando la generación siguiente se ocupó de los destinos de la ciudad, las discípulas de pintura, al crecer, dejaron de asistir a las clases, y ya no enviaron a sus hijas con sus cajas de pintura y sus pinceles, a que la señorita Emilia les enseñara a pintar según las manidas imágenes representadas en las revistas para señoras. La puerta de la casa se cerró de nuevo y así permaneció en adelante. Cuando la ciudad tuvo servicio postal, la señorita Emilia fue la única que se negó a permitirles que colocasen encima de su puerta los números metálicos, y que colgasen de la misma un buzón. No quería ni oír hablar de ello.
Día tras día, año tras año, veíamos al negro ir y venir al mercado, cada vez más canoso y encorvado. Cada año, en el mes de diciembre, le enviábamos a la señorita Emilia el recibo de la contribución, que nos era devuelto, una semana más tarde, en el mismo sobre, sin abrir. Alguna vez la veíamos en una de las habitaciones del piso bajo -evidentemente había cerrado el piso alto de la casa- semejante al torso de un ídolo en su nicho, dándose cuenta, o no dándose cuenta, de nuestra presencia; eso nadie podía decirlo. Y de este modo la señorita Emilia pasó de una a otra generación, respetada, inasequible, impenetrable, tranquila y perversa.
Y así murió. Cayo enferma en aquella casa, envuelta en polvo y sombras, teniendo para cuidar de ella solamente a aquel negro torpón. Ni siquiera supimos que estaba enferma, pues hacía ya tiempo que habíamos renunciado a obtener alguna información del negro. Probablemente este hombre no hablaba nunca, ni aun con su ama, pues su voz era ruda y áspera, como si la tuviera en desuso.
Murió en una habitación del piso bajo, en una sólida cama de nogal, con cortinas, con la cabeza apoyada en una almohada amarilla, empalidecida por el paso del tiempo y la falta de sol.
V
El negro recibió en la puerta principal a las primeras señoras que llegaron a la casa, las dejó entrar curioseándolo todo y hablando en voz baja, y desapareció. Atravesó la casa, salió por la puerta trasera y no se volvió a ver más. Las dos primas de la señorita Emilia llegaron inmediatamente, dispusieron el funeral para el día siguiente, y allá fue la ciudad entera a contemplar a la señorita Emilia yaciendo bajo montones de flores, y con el retrato a lápiz de su padre colocado sobre el ataúd, acompañada por las dos damas sibilantes y macabras. En el balcón estaban los hombres, y algunos de ellos, los más viejos, vestidos con su cepillado uniforme de confederados; hablaban de ella como si hubiera sido contemporánea suya, como si la hubieran cortejado y hubieran bailado con ella, confundiendo el tiempo en su matemática progresión, como suelen hacerlo las personas ancianas, para quienes el pasado no es un camino que se aleja, sino una vasta pradera a la que el invierno no hace variar, y separado de los tiempos actuales por la estrecha unión de los últimos diez años.
Sabíamos ya todos que en el piso superior había una habitación que nadie había visto en los últimos cuarenta años y cuya puerta tenía que ser forzada. No obstante esperaron, para abrirla, a que la señorita Emilia descansara en su tumba.
Al echar abajo la puerta, la habitación se llenó de una gran cantidad de polvo, que pareció invadirlo todo. En esta habitación, preparada y adornada como para una boda, por doquiera parecía sentirse como una tenue y acre atmósfera de tumba: sobre las cortinas, de un marchito color de rosa; sobre las pantallas, también rosadas, situadas sobre la mesa-tocador; sobre la araña de cristal; sobre los objetos de tocador para hombre, en plata tan oxidada que apenas se distinguía el monograma con que estaban marcados. Entre estos objetos aparecía un cuello y una corbata, como si se hubieran acabado de quitar y así, abandonados sobre el tocador, resplandecían con una pálida blancura en medio del polvo que lo llenaba todo. En una silla estaba un traje de hombre, cuidadosamente doblado; al pie de la silla, los calcetines y los zapatos.
El hombre yacía en la cama..
Por un largo tiempo nos detuvimos a la puerta, mirando asombrados aquella apariencia misteriosa y descarnada. El cuerpo había quedado en la actitud de abrazar; pero ahora el largo sueño que dura más que el amor, que vence al gesto del amor, lo había aniquilado. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que había sido camisa de dormir se había convertido en algo inseparable de la cama en que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba a su lado, se extendía la misma capa de denso y tenaz polvo.
Entonces nos dimos cuenta de que aquella segunda almohada ofrecía la depresión dejada por otra cabeza. Uno de los que allí estábamos levantó algo que había sobre ella e inclinándonos hacia delante, mientras se metía en nuestras narices aquel débil e invisible polvo seco y acre, vimos una larga hebra de cabello gris.
William Faulkner.- (texto completo)
William FAULKNER
Nació el 25 de septiembre de 1897 en la ciudad de New Albany (Misisipi) aunque se crió en Oxford, donde también falleció el 6 de julio de 1962. Era el mayor de cuatro hermanos de una familia tradicional. Fue un narrador y poeta estadounidense, de hecho es uno de los escritores más representativos de los Estados Unidos. Famoso por sus cerca de veinte novelas en las que retrata el conflicto trágico entre el viejo y el nuevo sur de su país. Su verdadero apellido era Falkner, que cambió por motivos comerciales. Perteneció a una familia con muchas raíces en el sur y que en épocas anteriores dio gobernadores al país. Durante su primera infancia fue a vivir a Oxford Misisipi, ciudad que fue siempre su residencia. Al estallar la primera guerra mundial interrumpió sus estudios iniciados en la universidad de Misisipi y fue enviado a Inglaterra a cumplir el período de instrucción militar como piloto de la R.A.F. sin llegar nunca a entrar en acción. Faulkner al terminar el conflicto volvió a su ciudad donde continuo con los estudios y En 1915, dejó los estudios para dedicarse a escribir y empezó a trabajar en el banco de su abuelo. Trabajó también como cartero en la Universidad entre otros pero nunca llegó a mantener un trabajo fijo. En 1924 publicó por su cuenta El fauno de mármol, un libro de poemas poco originales, Esta novela narra la historia de un soldado joven que vuelve a casa después de la I Guerra Mundial, inválido física y mentalmente, con una enfermedad y muerte posterior afectan a su familia y amigos.
A partir de 1921, Faulkner trabajó como periodista en Nueva Orleans y conoció al escritor de cuentos estadounidense Sherwood Anderson, que le ayudó a encontrar un editor para su primera novela, La paga de los soldados (1926).
Pasó una temporada de viaje por Europa, a su regreso comenzó a escribir una serie de novelas ambientadas en el condado ficticio de Yoknapatawpha (inspirado en el condado de Lafayette, Misisipi), donde transcurren gran parte de sus escritos, y del cual hace una descripción geográfica y traza un mapa en ¡Absalón, Absalón! (1936). Allí puso a vivir a 6.928 blancos y 9.313 negros, como pretexto para presentar personajes característicos del gruposudista arruinado del cual era arquetipo su propia familia. La primera de estas novelas es "Sartoris" (1929), en la que identificó al coronel "Sartoris" con su propio bisabuelo, William Cuthbert Falkner, soldado, político, constructor ferroviario y escritor. Después aparece El ruido y la furia(1929), que confirmó su madurez creativa y da comienzo a su etapa más fértil desde el punto de vista artístico.
En general, la crítica identifica El ruido y la furia, Mientras agonizo (1930), Luz de agosto (1932), ¡Absalón, Absalón! y El villorrio (1940) como sus novelas más importantes. El periodo más inspirado de la obra de Faulkner se cierra con la colección de cuentos ¡Desciende, Moisés! (1942), que incluye una de sus máximas creaciones, el cuento largo "El oso".
En 1929 contrajo matrimonio con Estelle Oldham, decidió establecer su casa y fijar su residencia literaria en el pequeño pueblo de Oxford.
A pesar de la buena aceptación de los lectores de sus obras, tan sólo se vendió bien Santuario (1931). Sus temas del mal y la corrupción continúan siendo relevantes en la actualidad. La secuela del libro, Requiem for a Nun, es la única obra de teatro que publicó. La introducción es una única frase que abarca unas cuantas páginas. Debido al éxito de Santuario logró trabajo, como guionista de Hollywood.
En 1946, el crítico Malcolm Cowley, preocupado porque Faulkner era poco conocido y apreciado, publicó The Portable Faulkner, libro que reúne extractos de sus novelas en una secuencia cronológica.
Las obras de Faulkner, que habían permanecido durante un largo tiempo lejos de las imprentas, comenzaron a reeditarse y empezó a considerársele no ya como una curiosidad regional sino como un gigante literario cuya mejor escritura iba mucho más allá de las tribulaciones y conflictos de su tierranatal. Sus logros fueron reconocidos internacionalmente en 1949 al concedérsele el Premio Nobel de Literatura. La academia sueca le concede el Premio Novel de Literatura, seguido del Pulitzer, el de más prestigio en las letras norteamericanas, país que tanto tiempo tardó en reconocer su valía. Más tarde le otorgaron el National Book Award, ya como un homenaje. Faulkner fue conocido y señalado en público por su alcoholismo.
Es considerado uno de los creadores de ficción más importantes de las letras del siglo XX, a la altura de Marcel Proust, Franz Kafka y James Joyce. Su influencia en la literatura radica tanto en aspectos técnicos como temáticos (la decadencia de una familia, el fracaso, la creación de un territorio de ficción propio en el que radicar un ciclo de relatos, la obsesión con la historia, la combinación de localismo y universalidad). Faulkner influiría en gran medida en autores posteriores en español, como Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti(escritor uruguayo), Juan Benet, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Juan José Saer. Jorge Luis Borges tradujo Las palmeras salvajes.
Escribió tanto novelas como cuentos hasta su muerte en Oxford, el 6 de julio de 1962.
William Faulkner es uno de los mayores representantes de la literatura Norteamericana. Sus obras han sido sido referentes para grandes escritores latinoamericanos, entre estos podemos destacar al colombiano Gabriel García Márquez y a nuestro compatriota Juan Carlos Onetti.
William Faulkner nació en 1897, se encontraba entre dos importantes momentos literarios, la "generación perdida" y un grupo posterior a este no tan radical. Nació en el sur de Estados Unidos, en Nueva Alabama, en el estado de Mississipi. Esto influye directamente en sus obras en las cuales podemos ver no solo una geografía sureña sino tradiciones, historia y otras características de esta sociedad.
Las obras de Faulkner tienen lugar dentro de lo que conocemos como el "Renacimiento del Sur" el cual se desarrollo luego de los desastres causados por la "Guerra de Secesión".
Unas de las principales características de Faulkner es el hecho de haber creado todo un mundo imaginario, no solo en lo geográfico (invención del condado de Yoknapatawpha, con su capital Johnson) sino también en lo histórico y en la repetición de personajes de un libro a otro. Este fenómeno también lo vemos en Gabriel García Marques, y su "Macondo" y en Juan Carlos Onetti con su "Santa Maria".
Estos Trece es uno de los mas importantes libros de Faulkner, en él podemos notar que tiene un carácter oscuro y maldito. El cuento "Una rosa para Emily" forma parte de este libro y es una de las mejores obras de Faulkner, quizá la mejor.
Una rosa para Emily cuenta con un sobrio patetismo con efectos minuciosamente calculados los cuales seducen y arrastran fuertemente al lector, paso a paso y en dirección a la clara y hermosa estructura de la venganza.
A partir de 1921, Faulkner trabajó como periodista en Nueva Orleans y conoció al escritor de cuentos estadounidense Sherwood Anderson, que le ayudó a encontrar un editor para su primera novela, La paga de los soldados (1926).
Pasó una temporada de viaje por Europa, a su regreso comenzó a escribir una serie de novelas ambientadas en el condado ficticio de Yoknapatawpha (inspirado en el condado de Lafayette, Misisipi), donde transcurren gran parte de sus escritos, y del cual hace una descripción geográfica y traza un mapa en ¡Absalón, Absalón! (1936). Allí puso a vivir a 6.928 blancos y 9.313 negros, como pretexto para presentar personajes característicos del gruposudista arruinado del cual era arquetipo su propia familia. La primera de estas novelas es "Sartoris" (1929), en la que identificó al coronel "Sartoris" con su propio bisabuelo, William Cuthbert Falkner, soldado, político, constructor ferroviario y escritor. Después aparece El ruido y la furia(1929), que confirmó su madurez creativa y da comienzo a su etapa más fértil desde el punto de vista artístico.
En general, la crítica identifica El ruido y la furia, Mientras agonizo (1930), Luz de agosto (1932), ¡Absalón, Absalón! y El villorrio (1940) como sus novelas más importantes. El periodo más inspirado de la obra de Faulkner se cierra con la colección de cuentos ¡Desciende, Moisés! (1942), que incluye una de sus máximas creaciones, el cuento largo "El oso".
En 1929 contrajo matrimonio con Estelle Oldham, decidió establecer su casa y fijar su residencia literaria en el pequeño pueblo de Oxford.
A pesar de la buena aceptación de los lectores de sus obras, tan sólo se vendió bien Santuario (1931). Sus temas del mal y la corrupción continúan siendo relevantes en la actualidad. La secuela del libro, Requiem for a Nun, es la única obra de teatro que publicó. La introducción es una única frase que abarca unas cuantas páginas. Debido al éxito de Santuario logró trabajo, como guionista de Hollywood.
En 1946, el crítico Malcolm Cowley, preocupado porque Faulkner era poco conocido y apreciado, publicó The Portable Faulkner, libro que reúne extractos de sus novelas en una secuencia cronológica.
Las obras de Faulkner, que habían permanecido durante un largo tiempo lejos de las imprentas, comenzaron a reeditarse y empezó a considerársele no ya como una curiosidad regional sino como un gigante literario cuya mejor escritura iba mucho más allá de las tribulaciones y conflictos de su tierranatal. Sus logros fueron reconocidos internacionalmente en 1949 al concedérsele el Premio Nobel de Literatura. La academia sueca le concede el Premio Novel de Literatura, seguido del Pulitzer, el de más prestigio en las letras norteamericanas, país que tanto tiempo tardó en reconocer su valía. Más tarde le otorgaron el National Book Award, ya como un homenaje. Faulkner fue conocido y señalado en público por su alcoholismo.
Es considerado uno de los creadores de ficción más importantes de las letras del siglo XX, a la altura de Marcel Proust, Franz Kafka y James Joyce. Su influencia en la literatura radica tanto en aspectos técnicos como temáticos (la decadencia de una familia, el fracaso, la creación de un territorio de ficción propio en el que radicar un ciclo de relatos, la obsesión con la historia, la combinación de localismo y universalidad). Faulkner influiría en gran medida en autores posteriores en español, como Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti(escritor uruguayo), Juan Benet, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Juan José Saer. Jorge Luis Borges tradujo Las palmeras salvajes.
Escribió tanto novelas como cuentos hasta su muerte en Oxford, el 6 de julio de 1962.
William Faulkner es uno de los mayores representantes de la literatura Norteamericana. Sus obras han sido sido referentes para grandes escritores latinoamericanos, entre estos podemos destacar al colombiano Gabriel García Márquez y a nuestro compatriota Juan Carlos Onetti.
William Faulkner nació en 1897, se encontraba entre dos importantes momentos literarios, la "generación perdida" y un grupo posterior a este no tan radical. Nació en el sur de Estados Unidos, en Nueva Alabama, en el estado de Mississipi. Esto influye directamente en sus obras en las cuales podemos ver no solo una geografía sureña sino tradiciones, historia y otras características de esta sociedad.
Las obras de Faulkner tienen lugar dentro de lo que conocemos como el "Renacimiento del Sur" el cual se desarrollo luego de los desastres causados por la "Guerra de Secesión".
Unas de las principales características de Faulkner es el hecho de haber creado todo un mundo imaginario, no solo en lo geográfico (invención del condado de Yoknapatawpha, con su capital Johnson) sino también en lo histórico y en la repetición de personajes de un libro a otro. Este fenómeno también lo vemos en Gabriel García Marques, y su "Macondo" y en Juan Carlos Onetti con su "Santa Maria".
Estos Trece es uno de los mas importantes libros de Faulkner, en él podemos notar que tiene un carácter oscuro y maldito. El cuento "Una rosa para Emily" forma parte de este libro y es una de las mejores obras de Faulkner, quizá la mejor.
Una rosa para Emily cuenta con un sobrio patetismo con efectos minuciosamente calculados los cuales seducen y arrastran fuertemente al lector, paso a paso y en dirección a la clara y hermosa estructura de la venganza.
Literatura norteamericana del siglo XX
Antes de exponer el tema que nos ocupa "la literatura norteamericana del siglo XX" consideramos oportuno realizar una breve introducción respecto del comportamiento literario globalmente durante el siglo XX.
La literatura del siglo XX tiene una nueva visión de la realidad, a la que no consideran tan coherente. El siglo XX es el fin del gran proyecto de la Ilustración, ya no es posible la confianza en la razón. Es un siglo que plantea una crisis a nivel social, político y cultural. La realidad es un caos y eso se ve reflejado en la creación literaria.
Es una literatura que muestra a un hombre desorientado, que no tiene identidad dentro de la masa que implica la sociedad moderna, el escritor del siglo XX capta su ser y relación con el mundo. Se deja de lado la actitud pasiva del lector. No se busca la lógica y la coherencia de la realidad sino el funcionamiento de la conciencia humana, que tiene sus propias leyes. Esta tendencia se había iniciado con las vanguardias artísticas.
Se sustituye el realismo mimético, que busca la verosimilitud, por una literatura fantástica que muestra el absurdo en que vive el nuevo hombre moderno. La literatura fantástica implica un extrañamiento de la realidad. Plantea el momento de duda entre lo maravilloso y lo mágico. Ya no existe la explicación racional y tranquilizadora para el lector.
Algunas de las características de la literatura del siglo XX son:
· La obra literaria refleja el caos de la sociedad moderna, se rompe la verosimilitud y el vínculo con la realidad.
· Se muestra el absurdo y se crean otras realidades, lugares imaginarios con sus propias reglas.
· Aparecen varios narradores que conviven en el relato. Intento de romper con la literatura tradicional y con su estructura. El relato adquiere protagonismo en sí mismo.
El género narrativo es el que más se cultiva en esta época, destacándose las siguientes particularidades:
· El estilo narrativo busca un lector activo que participe en la construcción del texto, no se lo tranquiliza con una respuesta racional. Generainseguridad ya que narra desde su punto de vista y la verdad pasa a ser relativa.
· Aparece el monólogo interior: refleja el pensamiento de los personajes tal y como surge en su conciencia, se eliminan los signos de puntuaciónpara reflejar el devenir de los pensamientos.
· Predomina el discurso indirecto libre. Gran influencia de Freud y el psicoanálisis y del automatismo psíquico del surrealismo.
· El protagonista pasa a ser el hombre común y a veces hay varios. Se ven personajes que no se destacan en la sociedad y que llevan una vida miserable. Son antiheroicos y no aceptan la sociedad como norma. Se explora al individuo y su relación con la sociedad.
· En el estilo aparece la elipsis narrativa, el narrador especula y omite datos. Se da una visión cinematográfica, el relato transmite contradicciones de la interioridad del hombre. Lo más importante es la peripecia interior al personaje, lo que pasa en su interior.
· Se producen alteraciones temporales: tiempo cíclico, analepsis (salto al pasado) prolepsis (salto al futuro).
· El argumento es confuso y la literatura se vuelve hermética (no es fácil comprender su significado), predomina su valor simbólico.
· Hay varias acciones paralelas e incluso más de una trama en una misma novela.
· Se introducen elementos irreales, ciencia ficción, literatura fantástica.
· El lenguaje es protagonista, resalta la ambigüedad de la realidad, tiene un valor alegórico (significado más allá del literal).
· Aparecen nuevos temas, considerados tabú: sexo, erotismo. El humor está presente en el relato. Se muestra a un hombre que pierde identidad y se encuentra alienado.
El contexto de Estados Unidos durante el siglo XX no se presenta demasiado diferente al resto del mundo, por tanto la manifestación literaria va a mantener muchas de las características planteadas anteriormente. El escenario norteamericano se nos presenta caracterizado por la urbanidad, el continuo intercambio de formas de vidas y la maquinización del hombre. Es así que los movimientos literarios en Estados Unidos presentan, generalmente, un carácter social. El escritor norteamericano es aquel que se revela contra el poder político y económico del país, acción que comienza a manifestarse después de la guerra civil (1860). Lo que implicó un pasaje de una concepción romántica a una concepción realista.
En la primera década del siglo XX se inicia la manifestación de una literatura vinculada con problemas universales.
Las primeras manifestaciones poseen una tendencia nacionalista y regionalista (1905-1910). Durante la década comprendida entre 1910 y 1920 debido a la primera guerra mundial aparece la literatura de posguerra, época de desencanto y pesimismo social. En esta época hay factores socio-políticos y filosóficos que se conjugan para germinar una nueva narrativa.
Podemos mencionar el adelanto industrial, el avance de una mentalidad de consumo y la búsqueda del éxito personal, el enfrentamiento entre sectores liberales y autoritarios, la valoración de la concepción pragmática que supone la revelación de la verdad por su utilización práctica. Todo ello repercute en la manifestación de un ser humano individualista y alejado del ideal nacionalista. A este momento pertenece lo que se conoció con el nombre de "la generación perdida", cuyos representantes más importantes son: F. Scott Fitzgerald, J. Dos Passos, W. Faulkner, E. Hemingway.
Durante la década siguiente se agrega y agrava el pesimismo social la depresión económica, no pudiendo la literatura liberarse del aspecto social (1930-1940). En los años 30 llegó la depresión, experiencia traumática que para los EEUU debido al desempleo y hambre. Se cantaba la canción "brother, can you spare a dime?". Gente arruinada y con miedo ya que no sabían qué iba a pasar en el futuro. Hubo desalojos, todos lo pasaban mal, nadie tenia dinero(pasaban tanta hambre los inquilinos como los desalojados). Pero Hoover decía que no se pasaba tanta hambre, mientras las personas vivían en barrios de chavolas conocidos como Hooverville.
Una obra muy famosa de la época es "La uvas de la ira" (the grapes of wrath) de John Stein Beck. En ella se habla de la emigración de granjeros de Oklahoma y Arkansas que se habían arruinado, con su coche Ford T iban a la tierra de las oportunidades, California a recoger fruta. Era el estado más rico, pero allí les esperaban unos campos de concentración en los que era difícil entrar a trabajar y les pagaban una miseria. Es el viaje que se cree el propio Stein Beck hizo, es el viaje de estos campesinos en busca del sueño americano, pero llegan a California y no lo consiguen.
En los años 40 fueron característicos de la Guerra, construir bombas, maquinaria militar… Entrar en la guerra sirvió a Estados Unidos para recuperarse económicamente (hacer bombas… hizo que se crearan puestos de empleo) Aunque hubo crisis, en los últimos años aumentaba el american way of life, seguía el consumismo.
En los años 50, fue importante Joseph McCarthy, fue senador de 1947 a 1954. Este fue el periodo de máxima tensión de la Guerra Fría con la Guerra de Corea, la pérdida de China y el espionaje atómico. McCrathy hizo una lista de más de 200 comunistas, de antiamericanos. Los policías Julios y Ethel Rosenberg fueron condenados a muerte por trasmitir información al enemigo. América estaba llamada a salvar al mundo del comunismo. Se formó un comité de acciones anti-americanas donde se les acusó (a los 200) sin ningún tipo de fundamentos.
Lo último de los años 50 fue el consumismo feroz, el eslogan de la época era: "Never before" de la revista LIFE, nunca había habido tanto para tan pocos. Porque en los 30, en la época de depresión, hubo muy poca natalidad. En los 50 se empezó a meter en la cabeza de la gente el consumismo para lo que las empresas buscaban diferentes fórmulas de manera que por ejemplo cambiaran el modelo de los coches cada poco, para lo que hacían un modelo algo cambiado cada año; hubo un boom automovilístico. Pero no solo en ese campo, en el de las casas también, se formaban los famosos suburbios, o barrios de casas. Los sueldos eran muy altos, época de dinero para muy pocos. La gente de clase normal se hizo de clase media-alta rápidamente. El sueño americano estaba arriba, pero no se dio para todo el mundo.
Mayormente la moderna literatura norteamericana tiene su nacimiento en la pregunta "¿Qué es el hombre?" o pragmáticamente hablando "¿Cómo se comporta el hombre dentro de determinado ambiente?", ha tratado siempre de acompañar al hombre y su comunión con el medio que lo circunda haciendo de la literatura un medio de expresión y por qué no de denuncia.
"Los Pocillos" (1959)
Los pocillos eran seis: dos rojos, dos negros, dos verdes, y además importados, irrompibles, modernos. Habían llegado como regalo de Enriqueta, en el último cumpleaños de Mariana, y desde ese día el comentario de cajón había sido que podía combinarse la taza de un color con el platillo de otro. "Negro con rojo queda fenomenal", había sido el consejo estético de Enriqueta. Pero Mariana, en un discreto rasgo de independencia, había decidido que cada pocillo sería usado con su plato del mismo color.
"El café ya está pronto. ¿Lo sirvo?", preguntó Mariana. La voz se dirigía al marido, pero los ojos estaban fijos en el cuñado. Este parpadeó y no dijo nada, pero José Claudio contestó: "Todavía no. Esperá un ratito. Antes quiero fumar un cigarrillo." Ahora sí ella miró a José Claudio y pensó, por milésima vez, que aquellos ojos no parecían de ciego.
La mano de José Claudio empezó a moverse, tanteando el sofá. "¿Qué buscás?", preguntó ella. "El encendedor." "A tu derecha." La mano corrigió el rumbo y halló el encendedor. Con ese temblor que da el continuado afán de búsqueda, el pulgar hizo girar varias veces la ruedita, pero la llama no apareció. A una distancia ya calculada, la mano izquierda trataba infructuosamente de registrar la aparición del calor. Entonces Alberto encendió un fósforo y vino en su ayuda. "¿Por qué no lo tirás?" dijo, con una sonrisa que, como toda sonrisa para ciegos, impregnaba también las modulaciones de la voz. "No lo tiro porque le tengo cariño. Es un regalo de Mariana."
Ella abrió apenas la boca y recorrió el labio inferior con la punta de la lengua. Un modo como cualquier otro de empezar a recordar. Fue en marzo de 1953, cuando él cumplió 35 años y todavía veía. Habían almorzado en casa de los padres de José Claudio, en Punta Gorda, habían comido arroz con mejillones, y después se habían ido a caminar por la playa. El le había pasado un brazo por los hombros y ella se había sentido protegida, probablemente feliz o algo semejante. Habían regresado al apartamento y él la había besado lentamente, morosamente, como besaba antes. Habían inaugurado el encendedor con un cigarrillo que fumaron a medias. Ahora el encendedor ya no servía. Ella tenía poca confianza en los conglomerados simbólicos, pero, después de todo, ¿qué servía aún de aquella época?
"Este mes tampoco fuiste al médico", dijo Alberto.
"No."
"¿Querés que te sea sincero?"
"Claro."
"Me parece una idiotez de tu parte."
"¿Y para qué voy a ir? ¿Para oirle decir que tengo una salud de roble, que mi hígado funciona admirablemente, que mi corazón golpea con el ritmo debido, que mis intestinos son una maravilla? ¿Para eso querés que vaya? Estoy podrido de mi notable salud sin ojos."
La época anterior a la ceguera, José Claudio nunca había sido especialista en la exteriorización de sus emociones, pero Mariana no se ha olvidado de cómo era ese rostro antes de adquirir esta tensión, este resentimiento. Su matrimonio había tenido buenos momentos, eso no podía ni quería ocultarlo. Pero cuando estalló el infortunio, él se había negado a valorar su amparo, a refugiarse en ella. Todo su orgullo se concentró en un silencio terrible, testarudo, un silencio que seguía siendo tal, aún cuando se rodeara de palabras. José Claudio había dejado de hablar de sí.
"De todos modos debería ir", apoyó Mariana. "Acordate de lo que siempre te decía Menéndez."
"Cómo no, que me acuerdo: Para Usted No Está Todo Perdido. Ah, y otra frase famosa: La Ciencia No Cree en Milagros.
Yo tampoco creo en milagros." "¿Y por qué no aferrarte a una esperanza? Es humano."
"¿De veras?" Habló por el costado del cigarrillo.
Se había escondido en sí mismo. Pero Mariana no estaba hecha para asistir, simplemente para asistir, a un reconcentrado. Mariana reclamaba otra cosa. Una mujercita para ser exigida con mucho tacto, eso era. Con todo, había bastante margen para esa exigencia; ella era dúctil. Toda una calamidad que él no pudiese ver; pero esa no era la peor desgracia. La peor desgracia era que estuviese dispuesto a evitar, por todos los medios a su alcance, la ayuda de Mariana. El menospreciaba su protección. Y Mariana hubiera querido -sinceramente, cariñosamente, piadosamente- protegerlo.
Bueno, eso era antes; ahora no. El cambio se había operado con lentitud. Primero fue un decaimiento de la ternura. El cuidado, la atención, el apoyo, que desde el comienzo estuvieron rodeados de un halo constante de cariño, ahora se habían vuelto mecánicos. Ella seguía siendo eficiente, de eso no cabía duda, pero no disfrutaba manteniéndose solícita. Después fue un temor horrible frente a la posibilidad de una discusión cualquiera. El estaba agresivo, dispuesto siempre a herir, a decir lo más duro, a establecer su crueldad sin posible retroceso. Era increíble cómo hallaba a menudo, aún en las ocasiones menos propicias, la injuria refinadamente certera, la palabra que llegaba hasta el fondo, el comentario que marcaba a fuego. Y siempre desde lejos, desde muy atrás de su ceguera, como si ésta oficiara de muro de contención para el incómodo estupor de los otros.
Alberto se levantó del sofá y se acercó al ventanal.
"Que otoño desgraciado", dijo, "¿Te fijaste?" La pregunta era para ella.
"No", respondió José Claudio. "Fijate vos por mí."
Alberto la miró. Durante el silencio, se sonrieron. Al margen de José Claudio, y sin embargo, apropósito de él. De pronto Mariana supo que se había puesto linda. Siempre que miraba a Alberto se ponía linda. El se lo había dicho por primera vez la noche del 23 de abril del año pasado, hacía exactamente un año y ocho días: una noche en que José Claudio le había gritado cosas muy feas, y ella había llorado, desalentada, torpemente triste, durante horas y horas, es decir, hasta que había encontrado el hombro de Alberto y se había sentido comprendida y segura. ¿De dónde extraería Alberto esa capacidad para entender a la gente? Ella estaba con él, o simplemente lo miraba, y sabía de inmediato que él la estaba sacando del apuro. "Gracias", había dicho entonces. Y todavía ahora la palabra llegaba a sus labios directamente desde su corazón, sin razonamientos intermediarios, sin usura. Su amor hacia Alberto había sido en sus comienzos gratitud, pero eso (que ella veía con toda nitidez) no alcanzaba a depreciarlo. Para ella, querer había sido siempre un poco agradecer y otro poco provocar la gratitud. A José Claudio, en los buenos tiempos, le había agradecido que él, tan brillante, tan lúcido, tan sagaz, se hubiera fijado en ella, tan insignificante. Había fallado en lo otro, en eso de provocar la gratitud, y había fallado tan luego en la ocasión más absurdamente favorable, es decir, cuando él parecía necesitarla más.
A Alberto, en cambio, le agradecía el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorro que la había salvado de su propio caos, y, sobre todo, ayudado a ser fuerte. Por su parte, ella había provocado su gratitud, claro que sí. Porque Alberto era un alma tranquila, un respetuoso de su hermano, un fanático del equilibrio, pero también, y en definitiva, un solitario. Durante años y años, Alberto y ella habían mantenido una relación superficialmente cariñosa, que se detenía con espontánea discreción en los umbrales del tuteo y sólo en contadas ocasiones dejaba entrever una solidaridad algo más profunda. Acaso Alberto envidiara un poco la aparente felicidad de su hermano, la buena suerte de haber dado con una mujer que él consideraba encantadora. En realidad, no hacía mucho que Mariana había obtenido a confesión de que la imperturbable soltería de Alberto se debía a que toda posible candidata era sometida a una imaginaria y desventajosa comparación.
"Y ayer estuvo Trelles", estaba diciendo José Claudio, "a hacerme la clásica visita adulona que el personal de la fábrica me consagra una vez por trimestre. Me imagino que lo echarán a la suerte y el que pierde se embroma y viene a verme."
"También puede ser que te aprecien", dijo Alberto, "que conserven un buen recuerdo del tiempo en que los dirigías, que realmente estén preocupados por tu salud. No siempre la gente es tan miserable como te parece de un tiempo a esta parte."
"Qué bien. Todos los días se aprende algo nuevo." La sonrisa fue acompañada de un breve resoplido, destinado a inscribirse en otro nivel de ironía.
Cuando Mariana había recurrido a Alberto en busca de protección, de consejo, de cariño, había tenido de inmediato la certidumbre de que a su vez estaba protegiendo a su protector, de que él se hallaba tan necesitado de amparo como ella misma, de que allí, todavía tensa de escrúpulos y quizás de pudor, había una razonable desesperación de la que ella comenzó a sentirse responsable. Por eso, justamente, había provocado su gratitud, por no decírselo con todas las letras, por simplemente dejar que él la envolviera en su ternura acumulada de tanto tiempo atrás, por sólo permitir que él ajustara a la imprevista realidad aquellas imágenes de ella misma que había hecho transcurrir, sin hacerse ilusiones, por el desfiladero de sus melancólicos insomnios. Pero la gratitud pronto fue desbordada. Como si todo hubiera estado dispuesto para la mutua revelación, como si sólo hubiera faltado que se miraran a los ojos para confrontar y compensar sus afanes, a los pocos días lo más importante estuvo dicho y los encuentros furtivos menudearon. Mariana sintió de pronto que su corazón se había ensanchado y que el mundo era nada más que eso: Alberto y ella.
"Ahora sí podés calentar el café", dijo José Claudio, y Mariana se inclinó sobre la mesita ratona para encender el mecherito. Por un momento se distrajo contemplando los pocillos. Sólo había traído tres, uno de cada color. Le gustaba verlos así, formando un triángulo.
Después se echó hacia atrás en el sofá y su nuca encontró lo que esperaba: la mano cálida de Alberto, ya ahuecada para recibirla. Qué delicia, Dios mío. La mano empezó a moverse suavemente y los dedos largos, afilados, se introdujeron por entre el pelo. La primera vez que Alberto se había animado a hacerlo, Mariana se había sentido terriblemente inquieta, con los músculos anudados en una dolorosa contracción que le había impedido disfrutar de la caricia. Ahora no. Ahora estaba tranquila y podía disfrutar. Le parecía que la ceguera de José Claudio era una especie de protección divina.
Sentado frente a ellos, José Claudio respiraba normalmente, casi con beatitud. Con el tiempo, la caricia de Alberto se había convertido en una especie de rito y, ahora mismo, Mariana estaba en condiciones de aguardar el movimiento próximo y previsto. Como todas las tardes, la mano acarició el pescuezo, rozó apenas la oreja derecha, recorrió lentamente la mejilla y el mentón. Finalmente se detuvo sobre los labios entreabiertos. Entonces ella, como todas las tardes, besó silenciosamente aquella palma y cerró por un instante los ojos. Cuando los abrió, el rostro de José Claudio era el mismo. Ajeno, reservado, distante. Para ella, sin embargo, ese momento incluía siempre un poco de temor. Un temor que no tenía razón de ser, ya que en el ejercicio de esa caricia púdica, riesgosa, insolente, ambos habían llegado a una técnica tan perfecta como silenciosa.
"No lo dejes hervir", dijo José Claudio.
La mano de Alberto se retiró y Mariana volvió a inclinarse sobre la mesita. Retiró el mechero, apagó la llamita con la tapa de vidrio, llenó los pocillos directamente desde la cafetera.
Todos los días cambiaba la distribución de los colores. Hoy sería el verde para José Claudio, el negro para Alberto, el rojo para ella. Tomó el pocillo verde para alcanzárselo a su marido, pero antes de dejarlo en sus manos, se encontró con la extraña, apretada sonrisa. Se encontró además, con unas palabras que sonaban más o menos así: "No, querida. Hoy quiero tomar en el pocillo rojo."
MARIO BENEDETTI
Mario Benedetti
BIOGRAFÍA:
(Paso de los Toros, 1920 - Montevideo, 2009)
Escritor uruguayo. Mario Benedetti fue un destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico, y, junto con Juan Carlos Onetti, la figura más relevante de la literatura uruguaya de la segunda mitad del siglo XX. En marzo de 2001 recibió el Premio Iberoamericano José Martí en reconocimiento a toda su obra. Fue Director del Departamento de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Humanidades y Director del Centro de Investigación Literaria en La Habana.
En la obra de Mario Benedetti pueden diferenciarse al menos dos periodos marcados por sus circunstancias vitales, así como por los cambios sociales y políticos de Uruguay y el resto de América Latina. En el primero, Benedetti desarrolló una literatura realista de escasa experimentación formal, sobre el tema de la burocracia pública, a la cual él mismo pertenecía, y el espíritu pequeño-burgués que la anima.
Realizó varios trabajos antes de 1945, año en que inició su oficio de periodista en La Mañana, El Diario y Tribuna Popular, entre otros. El gran éxito de sus libros poéticos y narrativos, desde Poemas de la oficina, 1956 y Montevideanos, 1959, se debió al reconocimiento de los lectores en el retrato social y en la crítica, en gran medida de índole ética, que el escritor formulaba. Esta actitud tuvo como resultado un ensayo ácido y polémico: El país de la cola de paja (1960), y su consolidación literaria en dos novelas importantes: La tregua (1960), historia amorosa de fin trágico entre dos oficinistas, y Gracias por el fuego (1965), que constituye una crítica más amplia de la sociedad nacional, con la denuncia de la corrupción del periodismo como aparato de poder.
En el segundo periodo de este autor, sus obras se hicieron eco de la angustia y la esperanza de amplios sectores sociales por encontrar salidas socialistas a una América Latina subyugada por represiones militares. Durante más de diez años, Mario Benedetti vivió en Cuba, Perú y España como consecuencia de esta represión. Su literatura se hizo formalmente más audaz. Escribió una novela en verso: El cumpleaños de Juan Ángel (1971), así como cuentos fantásticos: La muerte y otras sorpresas (1968). Trató el tema del exilio en la novela Primavera con una esquina rota (1982).
En su obra poética se vieron igualmente reflejadas las circunstancias políticas y vivenciales del exilio uruguayo y el regreso a casa: La casa y el ladrillo, 1977; Vientos del exilio, 1982; Geografías, 1984; Las soledades de Babel, 1991. En teatro denunció la institución de la tortura con Pedro y el capitán (1979), y en el ensayo ha hecho comentarios de literatura contemporánea en libros como Crítica cómplice (1988). Reflexionó sobre problemas culturales y políticos en El desexilio y otras conjeturas (1984), libro que recoge su labor periodística desplegada en Madrid.
En 1997 publicó la novela Andamios, de marcado signo autobiográfico, en la que da cuenta de las impresiones que siente un escritor uruguayo cuando, tras muchos años de exilio, regresa a su país. En 1998 regresó a la poesía con La vida, ese paréntesis y en el mes de mayo del año siguiente obtuvo el VIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía. En 1999 publicó el séptimo de sus libros de relatos, Buzón de tiempo, integrado por treinta textos. Ese mismo año vio la luz su Rincón de haikus, clara muestra de su dominio de este género poético japonés de signo minimalista tras entrar en contacto con él años atrás gracias a Cortázar.
En 2003 Mario Benedetti presentó un nuevo libro de relatos: El porvenir de mi pasado. Al año siguiente publicó Memoria y esperanza, una recopilación de poemas, reflexiones y fotografías que resumen las cavilaciones del autor sobre la juventud. También en 2004 se publicó en Argentina el libro de poemas Defensa propia. Ese mismo año fue investido doctor "honoris causa" por la Universidad de la República del Uruguay. Durante la ceremonia de investidura recibió un calurosísimo homenaje de sus compatriotas.
Por más información : http://www.sololiteratura.com/ben/benedettibiografia.html
domingo, 7 de octubre de 2012
Narrativa del siglo XX
NUEVA NARRATIVA HISPANOAMERICANA
La llamada
Nueva narrativa Hispanoamericana es el resultado del impacto de las corrientes
literarias vanguardistas en el campo de los géneros narrativos. Las vanguardias
alcanzaron un rápido éxito en la poesía ya desde los años 20 y 30. En cambio,
en el relato predominó por aquellos años el Regionalismo o Criollismo,
demorándose la afirmación de las corrientes vanguardistas en la narrativa hasta
los años 40-50.
ETAPAS:
- Emergente: años 20-30. Aparecen de manera
incipiente algunas obras impactadas por los lenguajes vanguardistas.
-De consolidación: años 40-50. Se publican obras de
gran calidad, que expresan las nuevas modalidades narrativas, desplazando
paulatinamente el Regionalismo. Autores representativos: Jorge Luis Borjes,
Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier y Juan Rulfo.
- De Apogeo, también conocida como
época “boom” de la nueva narrativa: años 60 hasta mediados de los 70. El “boom” es un
fenómeno en el que coincide una producción narrativa de muy alta calidad y un
gran éxito editorial no sólo en América Latina, sino a nivel mundial. Autores
representativos: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario
Vargas Llosa.
CONTEXTO SOCIAL, 1945-1975.
-Es una
etapa de modernización de los países latinoamericanos. Las estructuras
tradicionales van dejando el paso a nuevas formas de organización de tipo
capitalista.
- Gran
desarrollo de las ciudades latinoamericanas. Las sociedades de esta región dejan de ser rurales para
convertirse en sociedades predominantemente urbanas.
- Sin embargo, La modernización no resolvió muchos de los
problemas estructurales de América Latina, y por ello se buscó en diversos
países fórmulas alternativas al capitalismo. El caso más importante fue el de
la revolución cubana.
- Hacia
mediados o fines de la década del 70, casi todos los países latinoamericanos se
ven comprometidos en graves situaciones de crisis. En varios países, en
especial en el Cono Sur, se instalan dictaduras represivas. En toda la región
se generaliza una fuerte crisis.
CARACTERÍSTICAS:
Los
diversos escritores exploran una o varias de las opciones típicas de los nuevos
lenguajes narrativos:
-multiplicidad de voces a puntos de vista:
el relato es presentado desde varias perspectivas, ya sea de distintos
personajes o de narradores, que plantean versiones muy diferentes de los
hechos.
- uso del monólogo interior o flujo de la
conciencia. Esta técnica literaria permite al narrador introducirse en la mente
de los personajes, en especial en su nivel inconsciente presentando la
interioridad humana en toda su complejidad e incoherencia. Revela la influencia
del psicoanálisis.
-narración objetiva: El narrador
presenta a sus personajes desde el exterior, mostrándonos solamente sus
acciones, sin intentar explicarlas, y sin penetrar en el pensamiento del
personaje.
-ruptura del orden lógico y cronológico del
relato: la narración no fluye de manera lineal desde el comienzo hasta el
final, sino que se presentan los hechos en desorden, de manera fragmentada, con
cambios continuos en el tiempo y el espacio. Se usan técnicas similares a las
del montaje cinematográfico.
-participación activa del lector:
generalmente, las obras de la nueva narrativa tienen una estructura compleja,
que requiere de un lector que se esfuerce por reconstruir el sentido global del
texto.
-experimentalismo lingüístico: se busca explorar al máximo la
capacidad expresiva del idioma.
-incorporación de elementos
irracionales: lo
onírico o dimensión de los sueños y alucinaciones, lo lúdico o creencia en el
juego; lo fantástico o dimensión de la magia; el absurdo existencial (los
aparecidos y brujerías); lo mítico, o las creencias y modos de pensar típicos
de las culturas tradicionales, en especial indígenas.
-Transculturación narrativa: se retoman
las tradiciones culturales de las regiones rurales o interiores, pero
recurriendo a las nuevas técnicas narrativas.
-cosmopolitismo: muchos escritores se
esfuerzan por modernizar la narrativa hispanoamericana, atentos en especial a
la problemática urbana. Se incorporan los aportes de los modernos narradores
europeos y norteamericanos, en especial
Proust, Joyce, Kafka, Faulkner o Hemingway.
-realismo mágico o lo real-maravilloso: se
intenta presentar una visión más compleja de la realidad, valiéndose de la
imaginación, integrando los elementos míticos y mágicos, característicos de la
cultura latinoamericana, o los aspectos insólitos y grandiosos de su geografía
y su historia. Se incorporan los elementos no racionales de la realidad. El
conocimiento racional de la realidad social se complementa con lo mágico o
maravilloso.
"Walking Around"
"Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
no quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias".
PABLO NERUDA
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