lunes, 27 de agosto de 2012

Siglo XX



El siglo XX representa una “mutación” para toda la sociedad de la época; hay un cambio en todos los aspectos de la vida de todo el mundo.
Surge una Angustia del hombre, la cual no debe ser ajena a la imperfección con que se ha cumplido el mencionado cambio.
Los parámetros de ésta angustia aparecen plasmados en los estudios de la Literatura actual. Entre ellos puede destacarse que: Dios ha muerto y la razón está por todas partes cuestionada y nadie cree en ella con demasiada fe. Esto lleva a un descreimiento total. (Ni fe ni razón). A su vez; el hombre y la historia se han vuelto ininteligibles, el hombre se mueve en una “vacía libertad para morir” y se encuentra preso de una “pasión inútil” (J.P. Sartre). Sin embargo, uno de los aspectos más destacados es la revelación de todos “nuestros monstruos” de modo que la sexualidad asoma detrás de cada cosa pura, incluyendo el Arte, el afán de justicia suele disimular el resentimiento y el deseo de venganza. Hay formas de “sabiduría”  que son infelices disfraces de cobardía; la creación se manifiesta a menudo como una forma de agresividad y la cultura, como la moral, son en buena medida  mistificaciones.
En este momento el hombre no reconoce la “realidad” y se muestra indiferente ante la nueva imagen del universo; el arte, por su parte, se muestra como barómetro de las grandes transformaciones subterráneas. El Arte, pues, estará por todas partes sacudido por las consecuencias de una nueva visión y/o concepción del mundo físico.
El Arte actual sería la inhumanización del mundo, y no resulta extraño que la relación entre el artista y el público gire en torno a una permanente desinteligencia. Amor y destrucción- viejas claves del pensamiento griego- explican la contradicción contemporánea desde la perspectiva de la soledad de cada hombre.
La angustia existencial del hombre del siglo XX está íntimamente ligada al concepto de libertad. “(...) con el auge del existencialismo, la hora de la libertad es todas y cada una de las horas. Porque el hombre no tiene ninguna esencia y es solamente su existencia. A cada paso, pues, tiene que elegirse, tiene que optar, poniendo en obra su facultad de ser libre, con toda la angustia que conlleva la necesidad de elegir, porque siempre será más fácil que otros elijan por nosotros. Pero el existencialismo sabe que no hay decisiones ajenas: el hombre es sus circunstancias, vale decir, algo incesantemente distinto e imprevisible. Seamos o no concientes, algo de todo esto está en juego cada vez que hoy por hoy se oye el consabido y adorable afán de “realizarse a sí mismo”. Y también por este camino, en fin, el hombre actual alimenta a la vez su angustia y su orgullo”.

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