El ultraísmo es una palabra de contenido impreciso, aparece con frecuencia en los escritos juveniles de Cansinos Asséns, y se adopto al fin como término para designar a un aspecto de la vanguardia en España.
“Ultra” equivale a “máximo” o “culminación” de algo, y se buscaba aquí el desarrollo pleno de las mismas notas que se han venido observando en las otras corrientes europeas: sobrevaloración de la imagen, su presión de la anécdota y lo narrativo, su presión de lo sentimental, salvo si aparece irónicamente enlazado con el mundo moderno. Ritma y puntuación desaparecen y el ritmo, en lugar de procurar la continuidad tradicional, se adapta a cada instante.
De Torre, que fue un integrante del movimiento, señala lo ocurrido en 1920, cuando después de la extensa fusión de poesía y pintura, cada arte volvió a reivindicar su autonomía: en la poesía casi quedó solamente en pie la imagen, de modo que la síntesis sustituyo al desarrollo como fórmula expresiva. Jorge Luis Borges, tentado en su juventud por esta vanguardia poética, lo comprendió muy pronto, “la desemejanza raigal que media entre la poesía vigente y la nuestra es la que sigue: en la primera el hallazgo lírico se magnifica, se agiganta y se desarrolla; el segunda se anota brevemente” escribe Borges.
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